Buon giorno principessa, es la primera canción que escuchó al despertar.
Aprendí a tocar piano cuando tenía siete años. Las cosas en casa no andaban bien, para variar, y creo que aprender a leer partituras fue el mejor regalo que pudieron hacerme. Desde ese día una canción es mi refugio, mi lugar seguro, donde ningún sentimiento es más grande que yo, ni me domina. Ni la ira, ni la tristeza, ni la sobredosis de sonrisas.
La música es sentir y ser libre. En los días de melancolía es buscar en ella el lado hermoso de las cosas y en los días de alegría, recordar con nostalgia lo fugaces que son los momentos. La música me conmueve y me conecta con la inocencia de una niña que soñaba con pertenecer a una banda y recorrer el mundo haciendo lo que le apasionaba. Ella, que mientras tocaba Canon con los audífonos puestos, deseaba que llegue pronto el día en que esté sobre un escenario y regale pedazos de si con cada nota que hacía sonar.
Con los años y algunos daños, me pelee con ese lado de mi. Lo desconecté y decidí darle más importancia a cosas que si ahora las exteriorizo, podría concluir en que realmente perdí la cabeza. Así que en lugar de juzgarme, sólo diré que por algunos años perdí de vista el camino para que al regresar no existan dudas. Hoy, creo que no podría tocar ni el Himno de la Alegría, que es la primera canción que aprendí, y por ese miedo no me animo ni si quiera a ver una partitura en línea y tararear la melodía en mi cabeza. Hay todavía un pequeño sentimiento de haber fallado como cuando cumplí 25 años y algo pasó que al soplar las velas en lugar de pedir un deseo, me pregunté: "¿eres la mujer que soñabas cuando eras niña?" y la respuesta fue que no. Que mis sueños se perdieron en algún lugar y ni si quiera tuve el valor de luchar por ellos. De decir que no quería ser lo que querían que sea. De tomar mi vida y hacerme cargo con lo poco que tenía. ¿Será que hoy es demasiado tarde? ¿Será que algún día me animaré? ¿Será que si algún día la vida me regala una vida más podré tocarle para que entre en calma como lo hacía con mi hermana? ¿Será que mi ego me permitirá inscribirme en una clase y comenzar de nuevo si es que hace falta? ¿Será que...?
A pesar que la respuesta hace cuatro años fue que no y a pesar que hoy lo único que toque son timbres. Siento que poco a poco voy siendo la mujer que soñaba de niña y eso por ahora me basta. Los sueños volvieron, las ganas de fantasear con el futuro mientras manejo hacía el trabajo, tal vez los sueños no son los mismos de antes pero tengo la seguridad que esta vez no pararé hasta tener lo que quiero. Podrá sonar medio tonto pero cuando tengo miedo, me obligo a recordar como era antes cuando soñaba en grande sin miedo, sin reparos, sin juicios. Veo un vídeo de un cumpleaños en que la determinación en mi era tan sólida que no hago más que alimentarla para cada día ser más firme y realizar con convicción cada cosa que decido.
Seré siempre una persona emocional, que no le asusta transitar por mil emociones en cuestión de segundos, como ahora que mientras escribo lágrimas caen de mis ojos y al mismo tiempo sonrío, y por otro lado pienso que debería desempolvar el viejo órgano que tengo en la última repisa de mi ropero y un lado más pequeño anda reclamándome que prendí la laptop para trabajar y entré aquí sólo a publicar lo que escribí ayer. Es que si tendría que comparar mi forma de sentir con algo, diría que es igual a escuchar una sonata y dejarte conquistar por su melodía. Sin pensar, sólo dejándose llevar por cada nota sin importar si sabes distinguir el tiempo entre una corchea o una redonda. A veces ser como soy puede asustar, puede parecer que es demasiado pero no lo es. Hay días en que es necesario. Para los otros, dejemos que la determinación se encargue de que las cosas sucedan.
Ah, y no te dejes confundir por el dibujo que llevo en mi muñeca que lejos de ser moda es un recordatorio que hay días en que la vida está en clave de Fa y otros en Sol y el balance entre ellas es lo que te hace amar estar vivo.
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