lunes, 30 de septiembre de 2024

Delirios Nocturnos

Que ganas de pelear contigo.
No mentiré, soy feliz, pero me faltas cada día.

***

Ella era joven, inexperta y un tanto egoísta. Su impulsividad la empujaba a hacer lo que quisiera sin detenerse a pensar dos veces. Era ligera, una soñadora perdida en un carrusel de emociones, con un corazón que se entregaba si era seducido por una conversación inteligente, o un alma valiente, o una mirada triste. Era curiosa e inquieta, estaba un poco rota, pero era capaz de regalar sonrisas a aquellos que no conocían el peso del olvido. Rebelde, y con ganas de cambiar de mundo, anhelando encontrar uno más justo, más sencillo, más feliz.

Hasta que un día lo vio y en ese instante, dejó de ser sólo ella. Estaba convencida de que lo conocía de  otra vida, de una en la que sus dedos la despertaban con caricias y cosquillas, en una donde tenía la suerte de tener conciertos privados por las noches. No sabía exactamente qué papel jugaba en su vida, si él representaba el verdadero significado del amor o si sólo era una versión desdibujada y desvirtuada de lo que el amor debe ser. Pero la única explicación lógica que encontraba para seguir aferrada a su nombre - aunque tenerlo involucre sentir rabia y decepción cada vez que la ignoraba - era que en otra vida, él había sido todo para ella. Tanto que duele, que quiebra, que te roba un poco de vida lentamente.

- ¿Será que esta es su forma rara de amarme? -La interrogante no cesaba de acosar su mente.

Había decidido vivir añorando aquellos amados tiempos de guerra, de furia y besos intensos en el techo de una casona vieja, y hacer de ese recuerdo su oscuro secreto. Se conformaría con pensar que, si alguna vez despertaba con el corazón latiendo a mil después de verlo en sueños, sería porque él también cargaba con la misma maldición. Atrapado, igual que ella, en el eco interminable de sus risas después de hacer el amor.

***

Siempre soñé con envejecer a tu lado - dijo ella con una sonrisa suave, esa que solo se dibuja cuando la felicidad es tan genuina que se siente en cada rincón del cuerpo - Te dije que eras el amor de mi vida, y no me creías.

Él la miraba en silencio, con una sonrisa nostálgica, disfrutando el sonido de su voz. Después de tantos años, aún le encantaba escucharla hablar.

- Para ser franca... - y su voz se tornó un poco triste - en un momento yo también lo deje de creer - añadió ella, dejando escapar una risa ligera para romper la tensión.

- El camino fue complejo - continuó luego de un suspiro - Cada uno tomó decisiones que nos alejaron. Y no hablo de kilómetros, sino de algo mucho más profundo… tú lo sabes bien. Pero, a pesar del tiempo, no hubo un sólo amanecer en el que no despertara pensando en ti, deseando con todo mi ser que, donde estés, seas más feliz de lo que jamás hubieras sido conmigo. Y a veces... a veces confieso que ya no quería pensarte. Me despertaba rogándole a tu recuerdo que me liberara, que por fin me dejara en paz, pero nunca lo hizo y me consolaba creer que era porque tu también tenías la misma condena y compartías el castigo de verme en tu mente aunque no lo quieras.

Él asintió lentamente, en ese gesto había tanto entendimiento, tanto reconocimiento de cada palabra que ella decía y del tiempo perdido. La abrazó con fuerza, como si de esa manera pudiera enmendar todo lo que no fue con ese abrazo. Como si, además, en un abrazo le explicara que él se sentía exactamente igual, luchando contra el deseo de nunca haberla conocido y el de correr a buscarla para amarrarla a su cama.

- Pero cuando te vi en la estación - susurró ella, recordando ese momento como si el mundo hubiera dejado de girar por un segundo -, tenía que correr a abrazarte, sin importar quién estaba a mi lado. Volvería a hacer todo igual, sólo para llegar a ese día. 

Ella lo miró a los ojos, una pequeña chispa de duda apareció por un momento.

Y cuando lo pienso en retrospectiva... ¿te imaginas qué hubiera pasado si hubieras estado con alguien también?

Él hizo una pausa, sus mejillas se sonrojaron levemente. Le costó decirlo, porque había pasado tanto tiempo, y esa confesión aún le resultaba extraña.

- Lo estaba - murmuró, rompiendo el silencio con una verdad que nunca había compartido antes.

Ella lo miró sorprendida, sintiendo una pequeña punzada en el pecho.

- ¿Pero…?

- Pero eras tú. —La voz de él tembló ligeramente, y sus ojos se ablandaron—. Tal vez ayudó que ese día no dormí muy bien y pude dejarme llevar... pero en el fondo, más allá de mi testarudez, sabía que siempre sería contigo. El tiempo pasó, y ambos seguimos caminos diferentes, pero al final... eras tú. 

Un silencio pesado se instaló entre ellos, pero no era incómodo, era un silencio que decía más que cualquier palabra. Ella lo miró, el peso de todo lo que habían vivido, de lo que habían perdido y recuperado, colgando en el aire.

- Sí… eras tú. - dijo ella finalmente, asintiendo, aceptando la verdad que siempre había estado allí, oculta bajo el peso de los años, pero inquebrantable.

Se quedaron así, abrazados, en un silencio que solo entendían ellos, en paz con un pasado que, al fin, había sido perdonado... y quizás no olvidado del todo, pero sí sanado. Agradecían el presente, ese instante en el que, por primera vez, todo parecía estar en su lugar. Y aunque sabían que el futuro les traería caos, lo aceptaban con una sonrisa. Porque era su caos, su propio desorden imperfecto, y para ellos... eso era más que suficiente. Eso era la felicidad.

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