miércoles, 9 de octubre de 2024

Vida feliz sin miedos

El día pasó rápido en el trabajo. Cogió la bicicleta y pedaleo de regreso a casa. Al cruzar el parque frente a su hogar, esbozó una sonrisa llena de alegría y un poco de melancolía, recordando los buenos y malos momentos que habían vivido allí. Los años pasaron y, aunque en ocasiones el amor que compartían parecía desvanecerse en el aire, había algo que siempre la traía de vuelta a él. Podía ser un soplo refrescante del aroma a pie de limón, el sonido vibrante de los acordes de una guitarra, o simplemente la suave caricia de la yema de sus dedos recorriendo sus pechos casi desnudos, encendiendo, nuevamente, un fuego que no podía apagarse del todo.

Una de sus más recientes tradiciones era la de evitar peleas dentro de casa; el caos de las discusiones les provocaba una profunda necesidad de huir, y no querían que el otro volviera a experimentar esa desesperación de querer acabar con todo y, desde la llegada de Nicolás a sus vidas, se comprometieron a cumplir esta regla sin excusas.

Dejó la bicicleta en el patio y miró la casa como si fuera la primera vez. Se sintió agradecida de vivir en un lugar que, aunque fuera pequeño y un tanto viejo, ofrecía todas las comodidades necesarias para una vida feliz, sin miedos.

Al abrir la puerta, un hermoso niño de dos años salió corriendo a su encuentro.

- ¡Maaaa, te extrañé! - exclamó Nico, cruzando sus bracitos por su cuello. En ese instante, todo lo sucedido en el trabajo perdió sentido. Con cada latido que su corazón daba entendía con más claridad que todos los textos que escribió sobre el amor no eran más que palabras exageradas, porque hace tan poco había conocido al amor de su vida. Lo abrazó con fuerza, llenándolo de besos.

- Yo te extrañé más. - le respondió, riendo mientras seguía llenándolo de caricias.

- ¡Hey! Si sigues así, no quedará nada para mí. - se escuchó una voz desde el fondo de la casa.

- Jajaja, ven a darme la bienvenida si quieres un poco. - contestó de manera coqueta y risueña, sintiéndose afortunada por tener a dos hombres que se morían por ella. En ese momento, supo que daría su vida solo por verlos sonreír.

Se acercó al estudio, donde él estaba trabajando en la computadora, con el cabello alborotado y algunas bolsas de comida chatarra alrededor. Sonrió al recordar al chico misterioso que conoció hace más de una década. Se inclinó y le acarició con ternura la cabeza.

- ¿También te hice falta? - preguntó con un guiño. Él sonrió, pero no respondió. No le gustaba darle la seguridad de que sin ella, no podría ser ni la mitad de feliz. Sabía que si le ofrecía esa certeza, probablemente, hace algunos años, ella hubiera huido por miedo a perderse en el amor.

Se quedó en silencio, reflexionando sobre los altibajos de su relación, cuando Nicolás llenó ese vacío con sus risas y pedidos de amor. Lo levantó en brazos y pensó que no había sido tan difícil llegar a este momento.

Cenaron entre risas y conversaciones triviales, compartiendo las aventuras de su día y las ganas de que sean las siete de la noche para estar juntos otra vez. Nico, un niño dulce, observaba a sus padres con admiración, quienes cada tanto aún se perdían en miradas cómplices, como unos veinteañeros. Esa chispa se apagaba rápidamente cuando la realidad de la responsabilidad los devolvía al presente, recordándoles que debían cuidar al regalo más preciado que habían creado juntos.

Después de la cena, él cargó a Nicolás en sus brazos y lo llevó a su cama, arrullándolo con ternura hasta que se quedó dormido. Ella lo observaba desde la puerta, sintiéndose como una espectadora privilegiada. Esperó a que él cerrara la puerta con suavidad, y, sin poder contenerse, se lanzó a sus brazos, besándolo con pasión.

- Ya veo que sí quedó algo para mi. - murmuró entre risas mientras desabrochaba el jean que ella llevaba puesto. Ella se alejo un poco, disfrutando de la mirada intensa que él le dirigía. Con un movimiento suave, comenzó a levantarle su polo, quitándoselo lentamente y luego ella hizo lo mismo con el suyo. Sabía que él tenía una fascinación particular por una parte de su cuerpo, y estaba encantada de saber exactamente como activar el deseo en él.

Una sonrisa traviesa iluminó su rostro cuando él se lanzó a sus senos, besándolos con la misma devoción de un amante que descubre un paraíso por primera vez. Ella retrocedió sintiéndose la mujer más guapa y afortunada, mientras lo guiaba hacia el cuarto donde cada noche se convertían en uno. Él la tomó de la cintura, atrayéndola hacia su cuerpo con tanta fuerza que la hizo temblar. Con delicadeza, fue despejándola de su ropa, ella podía ver como sus ojos desbordaban un deseo profundo y obsesivo.

Comenzaron a hacer el amor con una suavidad que contrastaba con la intensidad de su deseo, creando una conexión eléctrica entre ellos. En ese instante, ella se dio cuenta de que realmente no había sido tan difícil llegar a este momento; era el destino de sus cuerpos, el clímax que los hacia entender porque, a pesar de tanto, tenían que estar juntos.

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