jueves, 9 de enero de 2025

Sé amable contigo

Soy de esas personas que piensan mucho, quizás demasiado a veces. Hay días en los que una frase o alguna circunstancia toca una fibra dentro de mí y surge una especie de chispa que ilumina todo lo que antes pasaba desapercibido. Así fue como un día, sin previo aviso, descubrí que me repetía una frase que llevaba años siendo como un mantra:

"No me gusta hacer las cosas perfectas, sólo me gusta hacerlas bien y sin errores."

Si lo lees rápido suena inofensiva, ¿verdad? Pero lo cierto es que esa frase oculta una obsesión con la perfección que ni yo misma veía. Que te puedo decir, esa era la única forma que conocía de hacer las cosas; era lo único que me habían enseñado. Tuve la suerte de crecer en un hogar lleno de esfuerzo y dedicación. Mis padres, a pesar de no haber terminado sus estudios superiores - por la llegada de una niña les cambió la vida, espero que para mejor jeje -, lograron salir adelante. Ellos son mi ejemplo más tangible de que la constancia y la disciplina son claves para alcanzar la vida que quieres. Y, por supuesto, me enseñaron a dar siempre mi mejor versión, donde sea y en lo que sea que haga.

Pero... creo que nadie les advirtió que yo me tomaría sus enseñanzas demasiado en serio. Tanto, que llegué al punto de registrar mis errores en un archivo de Excel. Sí, leíste bien: un Excel donde calculaba mi "frecuencia de fallo" y diseñaba planes de acción para no volver a equivocarme. Es que cada vez que algo no salía como esperaba, mi cabeza repetía:

"Nos la hacen una vez, pero no dos veces."

Me río un poco al recordarlo, me da hasta cierta ternura y compasión esa versión de mi tan exigente que no se daba cuenta lo pesada que estaba siendo la mochila que cargaba. Lo más curioso es que yo misma fui quien metió las piedras dentro. Por suerte, con el tiempo entendí que todo en exceso, incluso la autoexigencia, puede ser perjudicial. Y aquí viene una de mis primeras lecciones del año: las palabras que nos decimos y las expectativas que tenemos sobre nosotros mismos tienen un impacto profundo en cómo nos sentimos, cómo actuamos y cómo enfrentamos los retos de la vida.

La narrativa que construimos y cada palabra que seleccionamos para hablarnos es clave porque esas palabras moldean nuestra percepción y, en consecuencia, nuestra forma de percibir la realidad. Si somos demasiado duros, dejamos que los pequeños logros pasen desapercibidos y nos empujamos hacia una vida donde la insatisfacción lleva las riendas.

¿Te has dado cuenta de lo fácil que es ser amable con los demás, pero increíblemente duro contigo mismo? A otros les justificamos sus errores, pero cuando se trata de nosotros, la vara sube como si no tuviéramos el derecho de fallar, aprender o simplemente ser humanos.

Hace años eliminé ese Excel (¡gracias al cielo!), y aunque desde entonces me permito equivocarme, me he dado cuenta de algo: todavía quedan rastros de esa narrativa perfeccionista. Pequeñas frases, palabras o pensamientos que no me hacen bien. Así que este año, mi meta es sencilla pero transformadora: hablarme con más amor. Comenzaré haciendo el ejercicio de detenerme cada vez que detecte frases como "debo", "tengo que" o "estoy fallando", y las reformularé.

Por ejemplo:
"Tengo que comer esto" → "Elijo esta comida porque sé que mi cuerpo lo necesita."
"Debo hacer ejercicio" → "Quiero mover mi cuerpo porque me hace sentir fuerte y viva."
"Estoy fallando" → "Estoy aprendiendo. Todo esto es parte del proceso."

¿Notas el cambio? Hablarte con amabilidad no sólo refuerza tu confianza, sino que también te recuerda que no necesitas ser perfecto para seguir avanzando. No necesitas ser perfecto para merecer ser feliz, para lograr lo que quieres. Porque la vida, a veces, es irónica: entre más te obsesiones con "ganar" o hacer todo impecable, más lejos parecerá estar lo que buscas. Por eso, debes relajarte, tomar las cosas con calma. Sí, da lo mejor de ti, pero sin desgastarte en el proceso. Como alguna vez leí:

"Al final, la vida no exigía tanto de ti."

A veces fallamos. A veces no alcanzamos esa "mejor versión" que nos exigimos. Y eso está bien. Porque esos tropiezos no nos hacen menos valiosos; nos hacen reales. Así que, si algo quiero dejarte con esta reflexión, es esto: sé amable contigo mismo. Permítete aprender, crecer y aceptar que la vida no se trata de ser perfectos, sino de vivirla plenamente.

La meta no es la perfección.
La meta es vivir, sentir, y amar.
Comenzando con uno mismo.

miércoles, 27 de noviembre de 2024

Mudanza: Parte III

El tiempo pasa volando, ¿no? El otro día, mientras recordaba las mudanzas que he tenido, me puse a contar los años que han pasado desde entonces y preferí detenerme cuando me di cuenta que pronto serán diez. ¡Diez años! Es como si sólo hubieran pasado algunos, así que le restaré los años pandémicos y un par más porque sí y porque puedo, je! Pero saben algo al mismo tiempo siento que soy una persona completamente distinta a la versión de mi en esos años. Así que hoy quiero hacer un esfuerzo (crucen los dedos) para recordar cómo me sentía hace siete años y contarles lo que dejé en pausa por un buen tiempo: mi segunda mudanza.

Como he dejado en antiguas entradas de este blog, cumplir veinticinco años fue mi primer - y hasta ahora único - gran quiebre. Podríamos llamarlo: EL quiebre, para mantenerme fiel a mi estilo dramático y exagerado, agrandar mis problemas existenciales exponencialmente es un mal vicio que a veces tengo. Todo lo que viví antes de esa edad lo siento como si lo hubiera vivido otra versión de mí, una que hoy parece un personaje secundario en mi historia. Sin darme cuenta, y casi sin querer queriendo, he olvidado muchas cosas de los primeros años de mis veintes. A los 25 reformulé algunos de mis valores, mi visión de la vida, la manera en la que me relacionaba con las personas, e incluso hasta mi forma de vestir. Para que entiendan: antes podía salir con un pantalón amarillo, una chompa morada y zapatillas rojas. Me daba exactamente igual lo que la gente pensara. Hasta que, de pronto, escuché la opinión de alguien y empezó a importarme lo que piense y comencé a cuestionarme si mi forma de vida era la que quería para mi. Cambié mi estilo radicalmente, me volví más convencional, como si hubiera seguido al pie de la letra un manual no escrito de "cómo deber ser según los estándares de la sociedad".

Spoiler alert: ya recuperé mis colores y, honestamente, volvió a importarme dos caramelos de limón lo que opinen los demás. Como diría Residente:

Me gusta dar lo que doy, me gusta ir donde voy
Me gusta ser como soy, así que, ¡oye!
Ven y critícame, yo soy así.

Pero bueno, volvamos al tema, que "divagar" podría ser mi segundo nombre. Es mas, seguro sonaría mucho mejor que el que eligieron mis padres. Y ni les cuento lo mal que está escrito ¿Por qué no fue mi mamá a inscribirme en lugar de mi papá? Pero bueno, ese drama lo dejamos para otro día. ¿En qué iba? Ah, sí, a los veinticinco tuve mi gran quiebre, me mudé a un cuartito pequeño, acogedor y tranquilo, y viví ahí por nueve meses. Fue mi primera experiencia viviendo sola y obtuve mucho aprendizaje de allí (sí quieres saber un poco más, te invito a este escrito: Mudanza: Parte I), pero la vida tenía otros planes para mí. Un día, sin imaginarlo, surgió la oportunidad de mudarme a provincia. Inicialmente, postulé para trabajar en una posición en mi lugar favorito del mundo: Cusco. Ya me imaginaba viviendo allí, rodeada de montañas, con ese aire mágico y vibra que sólo Cusco tiene, pero ya saben como es la vida: no siempre te da lo que quieres, pero siempre te da lo que necesitas. Así que, como quien no quiere la cosa, terminé viviendo en Chiclayo, la ciudad de la amistad.

Acepté la propuesta casi sin pensarlo. Era asumir una posición a la que aspiraba desde que era practicante. ¿que si hice un análisis profundo? ¿qué si pregunte si me tocaba bonificación de mudanza por cambiar de site? Cero, mi fuerte no son ni las negociaciones ni los análisis profundos. Agarré una maleta de 23 kilos, metí lo esencial y partí de casa, otra vez. Llegué un lunes de setiembre y me quedé unos días en el departamento que una compañera de trabajo estaba dejando mientras buscaba un lugar para mí. Así fue como descubrí que en Chiclayo los alquileres no están en alguna página de internet, sino en los periódicos del domingo. Me lo tomé con calma, confiando en que la vida - y mi carta de la buena suerte - resolvería el asunto.

Cuando finalmente encontré el departamento, no exagero - tal vez sí, un poquito - si les digo que fue amor a primera vista. Estaban alquilando un segundo piso que tenía una ventana enorme, con vista a un árbol gigante donde se posaban pájaros. Aunque el departamento no estaba amoblado, lo alquilé en el acto. ¿Qué más podía necesitar? En mi primera mudanza había comprado una cama, refrigeradora y algunos electrodomésticos básicos. Entonces, le pedí a mi papá que me haga el favor de enviarme mis cosas desde Lima, y en pocos días estaba armando mi nuevo hogar.

Recuerdo que frente a esa ventana puse mi cama ya que era mi parte favorita de ese lugar. Si cierro los ojos ahora e imagino mis días allá, me veo recostada en la cama, leyendo un libro, mirando las hojas moverse con el viento o simplemente prendiendo una vela y perdiéndome en mis pensamientos. Pero, no todo fue perfecto, si de algo se ha caracterizado mi vida es por tener turbulencia cada vez que creo tener todo bajo control. Hubieron varios días oscuros en los que la soledad y mis demonios se sentaron a tomarse una cerveza bien fría. Aunque suene extraño, en ese silencio curé heridas, me amisté con unas partes de mi que fueron cruelmente juzgadas y volví a reencontrarme con la niña de ojos brillantes que vive dentro de mi. Esta vez nos reencontramos desde el amor, y no desde las expectativas de lo que deberíamos ser. Desde esa experiencia, valoro el silencio y los días de soledad, los uso para energizarme y conectar conmigo.

Les cuento que en Chiclayo descubrí una forma deliciosa de recibir cariño: ¡comiendo! En dos meses subí cinco kilos, porque ahí te demuestran afecto invitándote a probar de todo, y vaya que se come bien. Siempre digo que me encantaría volver un fin de semana solo para darme un festín con encimadas, cachitos de mantequilla, tortitas de choclo, cachangas y la lista sigue. Vivía rodeada de tanta comida, que por primera vez en mi vida me inscribí en un gimnasio. Todas las noches iba a clases de baile para hacer un poco de cardio, y cuando tenía ánimo de sobra, hasta me animaba con dos clases seguidas de sexy reggaetón. Sí, leíste bien: sexy reggaetón, en este momento fue cuando comencé a conectar con mi lado sexy, un poco torpe pero sexy. Como era de esperarse, también creé mis propias tradiciones, porque eso de ponerle un toque especial a los días es mi sello personal. Los sábados los dedicaba a caminar sin rumbo por las callecitas, aunque luego de un tiempo esas caminatas se volvieron búsquedas desesperadas de sombra porque el cielo azul chiclayano me hacía extrañar el gris limeño. Los domingos comenzaba con un desayuno en el mercado Modelo: un vaso de cebada con un pan con algo y, claro, un buen ceviche al almuerzo, y porque un domingo sin postre no es domingo, pasaba por una pastelería increíble y me compraba dos porciones porque bueno, uno nunca sabe cuándo se necesita una dosis extra de dulce en la vida. Ah, y si quedaba con hambre, cerca de casa había un lugar que hacía un sándwich de pollo deshilachado con papas fritas. French fried lover ♥. Ahora que lo pienso, creo que lo que más hice en Chiclayo fue comer, pero ¡cómo no hacerlo con tanta delicia cerca!

Como no todo en la vida es comer, también aproveché para hacer varios viajes. Algunos fueron de fin de semana, otros usando los días de vacaciones. Cada vez que tenía una oportunidad, me escapaba a algún lugar. En ese tiempo, conocí Cajamarca, Chachapoyas, Piura, Máncora (¡demasiadas veces!), y varias pequeñas ciudades dentro de La Libertad. Lo curioso es que, a pesar de estar tan cerca, nunca fui al Museo del Señor de Sipán, ¡y encima creo que uno de los domingos del mes la entrada era gratis! Cosas del Orinoco, ¿no? Pero lo más chévere fue que hice buenos amigos que me enseñaron que el ceviche también se puede disfrutar de noche, y que cuando tienes una buena compañía, lo único que necesitas es sentarte en la puerta de la casa de alguien y pasar un agradable momento. 

¿Me pasas viendo?

Si tuviera que resumir ese año lejos de casa, diría que fue el momento en el que realmente descubrí quién soy. Aunque en ese entonces no lo veía tan claro como ahora, fue el año en el que comencé a construir los cimientos de mi autoestima. Dejé atrás los juicios ajenos, esas ideas de otros sobre quién creían que era, y me atreví a hacer cosas que antes me aterraban. Fue como si, poco a poco, aprendiera a darme permiso para ser y sentir como sólo yo puedo hacerlo, sin pedir disculpas por ello. Sin sentir que soy menos o más, sin compararme.

Volví siendo más yo.

miércoles, 9 de octubre de 2024

Vida feliz sin miedos

El día pasó rápido en el trabajo. Cogió la bicicleta y pedaleo de regreso a casa. Al cruzar el parque frente a su hogar, esbozó una sonrisa llena de alegría y un poco de melancolía, recordando los buenos y malos momentos que habían vivido allí. Los años pasaron y, aunque en ocasiones el amor que compartían parecía desvanecerse en el aire, había algo que siempre la traía de vuelta a él. Podía ser un soplo refrescante del aroma a pie de limón, el sonido vibrante de los acordes de una guitarra, o simplemente la suave caricia de la yema de sus dedos recorriendo sus pechos casi desnudos, encendiendo, nuevamente, un fuego que no podía apagarse del todo.

Una de sus más recientes tradiciones era la de evitar peleas dentro de casa; el caos de las discusiones les provocaba una profunda necesidad de huir, y no querían que el otro volviera a experimentar esa desesperación de querer acabar con todo y, desde la llegada de Nicolás a sus vidas, se comprometieron a cumplir esta regla sin excusas.

Dejó la bicicleta en el patio y miró la casa como si fuera la primera vez. Se sintió agradecida de vivir en un lugar que, aunque fuera pequeño y un tanto viejo, ofrecía todas las comodidades necesarias para una vida feliz, sin miedos.

Al abrir la puerta, un hermoso niño de dos años salió corriendo a su encuentro.

- ¡Maaaa, te extrañé! - exclamó Nico, cruzando sus bracitos por su cuello. En ese instante, todo lo sucedido en el trabajo perdió sentido. Con cada latido que su corazón daba entendía con más claridad que todos los textos que escribió sobre el amor no eran más que palabras exageradas, porque hace tan poco había conocido al amor de su vida. Lo abrazó con fuerza, llenándolo de besos.

- Yo te extrañé más. - le respondió, riendo mientras seguía llenándolo de caricias.

- ¡Hey! Si sigues así, no quedará nada para mí. - se escuchó una voz desde el fondo de la casa.

- Jajaja, ven a darme la bienvenida si quieres un poco. - contestó de manera coqueta y risueña, sintiéndose afortunada por tener a dos hombres que se morían por ella. En ese momento, supo que daría su vida solo por verlos sonreír.

Se acercó al estudio, donde él estaba trabajando en la computadora, con el cabello alborotado y algunas bolsas de comida chatarra alrededor. Sonrió al recordar al chico misterioso que conoció hace más de una década. Se inclinó y le acarició con ternura la cabeza.

- ¿También te hice falta? - preguntó con un guiño. Él sonrió, pero no respondió. No le gustaba darle la seguridad de que sin ella, no podría ser ni la mitad de feliz. Sabía que si le ofrecía esa certeza, probablemente, hace algunos años, ella hubiera huido por miedo a perderse en el amor.

Se quedó en silencio, reflexionando sobre los altibajos de su relación, cuando Nicolás llenó ese vacío con sus risas y pedidos de amor. Lo levantó en brazos y pensó que no había sido tan difícil llegar a este momento.

Cenaron entre risas y conversaciones triviales, compartiendo las aventuras de su día y las ganas de que sean las siete de la noche para estar juntos otra vez. Nico, un niño dulce, observaba a sus padres con admiración, quienes cada tanto aún se perdían en miradas cómplices, como unos veinteañeros. Esa chispa se apagaba rápidamente cuando la realidad de la responsabilidad los devolvía al presente, recordándoles que debían cuidar al regalo más preciado que habían creado juntos.

Después de la cena, él cargó a Nicolás en sus brazos y lo llevó a su cama, arrullándolo con ternura hasta que se quedó dormido. Ella lo observaba desde la puerta, sintiéndose como una espectadora privilegiada. Esperó a que él cerrara la puerta con suavidad, y, sin poder contenerse, se lanzó a sus brazos, besándolo con pasión.

- Ya veo que sí quedó algo para mi. - murmuró entre risas mientras desabrochaba el jean que ella llevaba puesto. Ella se alejo un poco, disfrutando de la mirada intensa que él le dirigía. Con un movimiento suave, comenzó a levantarle su polo, quitándoselo lentamente y luego ella hizo lo mismo con el suyo. Sabía que él tenía una fascinación particular por una parte de su cuerpo, y estaba encantada de saber exactamente como activar el deseo en él.

Una sonrisa traviesa iluminó su rostro cuando él se lanzó a sus senos, besándolos con la misma devoción de un amante que descubre un paraíso por primera vez. Ella retrocedió sintiéndose la mujer más guapa y afortunada, mientras lo guiaba hacia el cuarto donde cada noche se convertían en uno. Él la tomó de la cintura, atrayéndola hacia su cuerpo con tanta fuerza que la hizo temblar. Con delicadeza, fue despejándola de su ropa, ella podía ver como sus ojos desbordaban un deseo profundo y obsesivo.

Comenzaron a hacer el amor con una suavidad que contrastaba con la intensidad de su deseo, creando una conexión eléctrica entre ellos. En ese instante, ella se dio cuenta de que realmente no había sido tan difícil llegar a este momento; era el destino de sus cuerpos, el clímax que los hacia entender porque, a pesar de tanto, tenían que estar juntos.

lunes, 30 de septiembre de 2024

Delirios Nocturnos

Que ganas de pelear contigo.
No mentiré, soy feliz, pero me faltas cada día.

***

Ella era joven, inexperta y un tanto egoísta. Su impulsividad la empujaba a hacer lo que quisiera sin detenerse a pensar dos veces. Era ligera, una soñadora perdida en un carrusel de emociones, con un corazón que se entregaba si era seducido por una conversación inteligente, o un alma valiente, o una mirada triste. Era curiosa e inquieta, estaba un poco rota, pero era capaz de regalar sonrisas a aquellos que no conocían el peso del olvido. Rebelde, y con ganas de cambiar de mundo, anhelando encontrar uno más justo, más sencillo, más feliz.

Hasta que un día lo vio y en ese instante, dejó de ser sólo ella. Estaba convencida de que lo conocía de  otra vida, de una en la que sus dedos la despertaban con caricias y cosquillas, en una donde tenía la suerte de tener conciertos privados por las noches. No sabía exactamente qué papel jugaba en su vida, si él representaba el verdadero significado del amor o si sólo era una versión desdibujada y desvirtuada de lo que el amor debe ser. Pero la única explicación lógica que encontraba para seguir aferrada a su nombre - aunque tenerlo involucre sentir rabia y decepción cada vez que la ignoraba - era que en otra vida, él había sido todo para ella. Tanto que duele, que quiebra, que te roba un poco de vida lentamente.

- ¿Será que esta es su forma rara de amarme? -La interrogante no cesaba de acosar su mente.

Había decidido vivir añorando aquellos amados tiempos de guerra, de furia y besos intensos en el techo de una casona vieja, y hacer de ese recuerdo su oscuro secreto. Se conformaría con pensar que, si alguna vez despertaba con el corazón latiendo a mil después de verlo en sueños, sería porque él también cargaba con la misma maldición. Atrapado, igual que ella, en el eco interminable de sus risas después de hacer el amor.

***

Siempre soñé con envejecer a tu lado - dijo ella con una sonrisa suave, esa que solo se dibuja cuando la felicidad es tan genuina que se siente en cada rincón del cuerpo - Te dije que eras el amor de mi vida, y no me creías.

Él la miraba en silencio, con una sonrisa nostálgica, disfrutando el sonido de su voz. Después de tantos años, aún le encantaba escucharla hablar.

- Para ser franca... - y su voz se tornó un poco triste - en un momento yo también lo deje de creer - añadió ella, dejando escapar una risa ligera para romper la tensión.

- El camino fue complejo - continuó luego de un suspiro - Cada uno tomó decisiones que nos alejaron. Y no hablo de kilómetros, sino de algo mucho más profundo… tú lo sabes bien. Pero, a pesar del tiempo, no hubo un sólo amanecer en el que no despertara pensando en ti, deseando con todo mi ser que, donde estés, seas más feliz de lo que jamás hubieras sido conmigo. Y a veces... a veces confieso que ya no quería pensarte. Me despertaba rogándole a tu recuerdo que me liberara, que por fin me dejara en paz, pero nunca lo hizo y me consolaba creer que era porque tu también tenías la misma condena y compartías el castigo de verme en tu mente aunque no lo quieras.

Él asintió lentamente, en ese gesto había tanto entendimiento, tanto reconocimiento de cada palabra que ella decía y del tiempo perdido. La abrazó con fuerza, como si de esa manera pudiera enmendar todo lo que no fue con ese abrazo. Como si, además, en un abrazo le explicara que él se sentía exactamente igual, luchando contra el deseo de nunca haberla conocido y el de correr a buscarla para amarrarla a su cama.

- Pero cuando te vi en la estación - susurró ella, recordando ese momento como si el mundo hubiera dejado de girar por un segundo -, tenía que correr a abrazarte, sin importar quién estaba a mi lado. Volvería a hacer todo igual, sólo para llegar a ese día. 

Ella lo miró a los ojos, una pequeña chispa de duda apareció por un momento.

Y cuando lo pienso en retrospectiva... ¿te imaginas qué hubiera pasado si hubieras estado con alguien también?

Él hizo una pausa, sus mejillas se sonrojaron levemente. Le costó decirlo, porque había pasado tanto tiempo, y esa confesión aún le resultaba extraña.

- Lo estaba - murmuró, rompiendo el silencio con una verdad que nunca había compartido antes.

Ella lo miró sorprendida, sintiendo una pequeña punzada en el pecho.

- ¿Pero…?

- Pero eras tú. —La voz de él tembló ligeramente, y sus ojos se ablandaron—. Tal vez ayudó que ese día no dormí muy bien y pude dejarme llevar... pero en el fondo, más allá de mi testarudez, sabía que siempre sería contigo. El tiempo pasó, y ambos seguimos caminos diferentes, pero al final... eras tú. 

Un silencio pesado se instaló entre ellos, pero no era incómodo, era un silencio que decía más que cualquier palabra. Ella lo miró, el peso de todo lo que habían vivido, de lo que habían perdido y recuperado, colgando en el aire.

- Sí… eras tú. - dijo ella finalmente, asintiendo, aceptando la verdad que siempre había estado allí, oculta bajo el peso de los años, pero inquebrantable.

Se quedaron así, abrazados, en un silencio que solo entendían ellos, en paz con un pasado que, al fin, había sido perdonado... y quizás no olvidado del todo, pero sí sanado. Agradecían el presente, ese instante en el que, por primera vez, todo parecía estar en su lugar. Y aunque sabían que el futuro les traería caos, lo aceptaban con una sonrisa. Porque era su caos, su propio desorden imperfecto, y para ellos... eso era más que suficiente. Eso era la felicidad.

martes, 28 de septiembre de 2021

Vitaminas para el corazón

 "Te he comprado vitaminas en gomitas 
porque sé que las pastillas no te gustan."

A unos días de cumplir treinta años, mis veintinueve me deja una enseñanza más. Hoy fue un mal día. No suelo tener malos días últimamente, pero si ratos malos en días buenos y eso ha sido una constante todo este año. Amanecí con un dolor fortísimo de cabeza y un sinsabor en el corazón. Han pasado casi diez meses desgastantes en los que he estado persiguiendo con cierta obsesión algo que no va a suceder y lo bueno es que me he dado cuenta que sólo lo perseguía porque sentía que tenía que lograrlo antes de los 30s. Es decir, mi motivación de lograrlo no estaba dentro de mi, si no quería demostrarle al exterior que soy una persona "exitosa" - y... ¿Qué es el éxito? - que sigue logrando cosas constantemente. Sé que para alguien que lee mucha de autoayuda decir eso es un poco contradictorio pero debe bastar con darle unas ojeadas a mis líneas para darse cuenta que soy una persona que fácilmente entra en contradicción y hoy por hoy creo que es mi forma favorita de procrastinar.

Hoy recibí otro "no" por la tarde. Les aseguro que estaba llevando la cuenta de cuantos rechazos he tenido este año pero dejé de contar para no darle material a mi cabeza cuando entra en trompo. Sólo leí el mail en el celular y eliminé el mensaje. Pensé en que me gustan los "nos", y sobre todo me gustan por encima de los silencios. Igual, a pesar de ser un mal día, el "no" de hoy fue diferente. Algo pasó dentro de mi que por primera vez entendí lo que significa la palabra "soltar". Recuerdo que alguna vez escribí sobre ello porque realmente no lograba comprender lo que englobaba soltar algo y siempre las personas que me rodean me lo han repetido constantemente. Estoy segura que era porque se daban cuenta que suelo afanarme por conseguir algo y es muy difícil que acepte las cosas tal cual son. Por eso, intentaré describir que significa para mi esa palabra por si alguien tampoco tiene idea de como hacerlo.

Para mi, soltar tiene muy poco que ver con lo que quieres soltar. Es decir, si quieres soltar a un ex - siempre ejemplifico mis teorías con este tema ya que son fáciles de entender - deberás enfocarte en todo menos en esa persona. Soltar es mirar lo que tienes, agradecerlo, y darte cuenta que no necesitas más. Significa ser consciente de lo que tienes y de lo que te rodea, de lo afortunado que eres por estar aquí y respirar. Porque cuando nos enfocamos en lo que nos hace falta, te pasas diez meses - o más - buscándolo con desesperación, sintiéndote infeliz por ratos y guardando silencio para escuchar a tus pensamientos repetir una y otra vez que no eres lo suficientemente bueno para tenerlo. Así los días se pasan sin darte cuenta que no lo necesitas y por eso - tal vez - no lo tienes. 

Hoy entendí que mi vida no sería más feliz con un título con alto seniority en mi descripción de Linkedin, o con una cuenta bancaria con más de cinco cifras o una sobresaliente en la maestría. Soy feliz con lo que ya lo tengo: Dos piernas fuertes que me permiten correr diez kilómetros en la Costa Verde y dos ojos que miran al mar como si fuera una maravilla. Tengo a mi familia con buena salud, que aunque no solemos ser cariñosos entre nosotros, tratamos de hablar todos los días y preocuparnos de nuestro bienestar. Tengo la suerte de que al llegar del trabajo me encuentro con un perrito hermoso que cada vez que me ve, se me acerca con una pelota en la boca para jugar. Tengo amigos que son felices cuando saben que yo lo soy. Tengo un novio que está loco, y también loco por mi. 

A mis casi 30 años, son una persona muy afortunada,
que tiene todo lo que necesita y quiere para su vida. 


PD. Mamá, si lees esto, no significa que no haré mi tesis de la maestría.
Así que anda ahorrando para que invites el almuerzo de celebración en pocos meses. 
No porque necesite el título, si no porque ya pagué el derecho a sustentar jajaja.

lunes, 27 de julio de 2020

Un mes

"Sólo falta un mes para cumplir un año y no puedo creer que lo hayamos logrado. Sí que la tuvimos difícil. La vida no nos dejo ni un pequeño momento para respirar tranquilidad. Fueron trescientos sesenta y cinco días de sube y baja de emociones que valían sentirlas si cada día a las cinco de la tarde aparecía tu sonrisa para recordarme lo fácil que es todo cuando somos dos, y de esa manera tratar que mi mente no se nuble con ideas que te mete la sociedad sobre lo que funciona o no, reforzado por comentarios de personas malintencionadas que a veces parece ser que les molesta ver la felicidad de los demás.

Sólo falta un mes para recordar que un día, mientras mirábamos el mar, se nos acabó el día por unos minutos y así terminamos teniendo dos días para celebrar - ¡éramos unos payasos! - es que tener sólo uno no era suficiente, ¿verdad? Porque celebrar la suerte de haberte conocido en este planeta de más de 7.5 millones de habitantes no cabía en sólo veinticuatro horas. Porque en estos tiempos en los que todo se vuelve tan frío como hacer un match en Tinder, ya no es usual llegar un día a una clase y de pronto ver a los ojos a alguien más y sentir dentro de ti que ya no quieres voltear a mirar a nadie más porque lo que tanto buscabas por fin está frente a tus ojos. Porque ese amor con el que te debías reencontrar por fin llegó a ti.

Sólo falta un mes y me siento feliz. Tan feliz como el primer amanecer que nos encontró entre besos. Tan feliz como la primera vez que te vi despertar a mi costado. Tan feliz como cada vez que vibra mi celular anunciando un mensaje tuyo. Tan feliz como cuando comía un helado, te miraba reír y me sentía la mujer más afortunada porque decidías compartir tu vida con la mía. Es que aprendí una forma de amar tan inexplicable que ni yo la entiendo pero cada día uso menos la cabeza y la razón y me preocupo sólo por cuidar este sentimiento, que por ahora, me ayuda a mantenerme cuerda porque va más allá de lo físico, del tiempo, de la vida, de lo realista. Va más allá de cualquier explicación lógica."

***

¿Y si me devuelves el favor y 
me regalas un final de historia?

domingo, 5 de julio de 2020

Llegará el día

Llegará el día que conozcas a alguien que te hablé bonito y te guste. Hazte la difícil, no te des gratis. Recuerda los errores que tuviste en el pasado. Recuerda a aquellos que cuando les entregaste todo sin que hayan hecho nada para ganarlo, se fueron creyendo que las personas que aman como tú se encuentran en todas las esquinas y no se detuvieron a pensar que sólo una vez podrán sentir un amor así. 

Pero está vez será diferente. El entenderá que eres una de esas personas que llegan a tu vida sólo para hacerla brillar y estallar con mil emociones. Como jugando, entre risas y bromas, llegará su primera cita y se preocupará porque todo salga perfecto. Te hará reír con sus chistes, amará ver esa sonrisa en tus labios y buscará nuevas formas para verte reír. Luego, cuando te vayas, te escribirá un mensaje de buenas noches en que también dirá que espera que ya llegué el día en que te vuelva a ver porque quiere conocerte más y con el tiempo comenzará a enamorarse de tus cicatrices porque la lista de personas que se han enamorado de tu lado bueno es muy larga y ya no necesitas más amores superficiales. Se enamorará de esas cosas que algunos días odias de ti, y te enseñará a mirarte con sus ojos para que termines de reconciliarte con tus defectos.

Te quitará con besos las inseguridades y te dibujará en su futuro, sin decírtelo. Te considerará dentro de sus planes y te enviará mensajes de aliento cuando los necesites, así su agenda esté muy apretada. Se hará tiempo para ti sin dar excusas y la idea de perderte no podrá ni imaginársela. Se preocupará por conocer tus sueños, como te gusta tomar el café y cuales son tus libros favoritos. Te demostrará que te ama no sólo en los días soleados si no en aquellos que son difíciles y necesitas a alguien cerca para que te escuche enredarte en pensamientos sin sentido y llorar mientras te abraza fuerte. Te tendrá paciencia y te ayudará a amistarte con cada uno de los monstruos que viven dentro de tu cabeza.

Te deseará con todo su ser. Te hará sentirte caliente y te hará estallar de placer. Se preocupará por conocer cada centímetro de tu cuerpo y como hacerlo estremecer a punta de caricias y besos. Disfrutará verte en tus intentos de ser sexy y para sus ojos serás la mujer más guapa que ha tenido en su vida. Se encargará de hacerte el amor cada vez que se pueda para ahuyentar a los fantasmas y puedas soñar tranquila.

Y te presumirá con sus amigos y familia.
Te presumirá con el mundo entero.