Gracias por estar aquí.
Parte de mi corazón está en estas letras.
***
Cuando lees un poco de lo que he compartido en este blog, rápidamente puedes notar que durante muchos años intenté, con todas mis fuerzas, ser mi mejor versión. Pero lo diré sin filtro: en ese intento, me perdí. Callé para evitar conflictos, para no incomodar, para que no parecer impulsiva o conflictiva, reduje mi intensidad al mínimo para no asustar. Dejé de compartir mis miedos por temor a que la “mala vibra” arruinara lo más preciado que tenía. Pensaba que debía proteger lo que amaba del mal de ojo, de la envidia cuando en realidad, debía enfocarme en lo verdaderamente importante: en cómo hacerle sentir lo mucho que lo amaba y lo valoraba, y en cómo seguir siendo yo en ese proceso. Porque el amor no se esconde. Se cultiva, se disfruta, se vive.
La vida, que nunca falla en enseñarnos lo que necesitamos, decidió este año romperme. Y aunque muchas de esas situaciones ocurrieron hace apenas unos meses, las siento increíblemente lejanas. Porque el primer gran aprendizaje que me dejó este semestre fue este:
Todo se ve distinto cuando entiendes que el dolor no es un castigo,
el dolor es un maestro.
El dolor aparece cuando algo te importa de verdad, y llega - si estás dispuesto a verlo - para mostrarte qué ya no es funcional en tu vida. El dolor no me dejaba dormir. Ni sonreír. Ni disfrutar. Lloraba a cualquier hora, en cualquier lugar. Recuerdo una noche en particular, subiendo las escaleras hacia casa, siento que no podía más. Todo era demasiado pesado. Creí que me desmayaría, y que ahí quedaría. Había llegado a mi límite. Ese fue el momento en que, por fin, pedí ayuda. Para alguien como yo, que siempre ha intentado sostenerse sola, eso fue un acto de valentía. Le escribí a una persona que quiero mucho y le pedí que viniera. Eran las once de la noche. Luego de enviar ese mensaje, dormí por primera vez en mucho tiempo. A la mañana siguiente, a las seis de la mañana, tocaron mi puerta. Era ella. Sólo la abracé, y en susurros le agradecí por estar ahí.
En ese abrazo, algo se movió adentro de mí, y ahí entendí mi segundo gran aprendizaje:
La vida comienza muchas veces.
Vive en el presente, sin controlarlo.
Después de ese día, comencé a hacer todo lo posible para volver a sentirme plena. Les escribí a personas que habían pasado por procesos similares al que estaba viviendo. Si alguien me hubiera recomendado caminar de manos para devolverme la paz, lo habría hecho sin dudar. Uno de los días más significativos fue le domingo 02 de marzo. Ese día, no hubo fuegos artificiales, ni grandes gestos pero sentí que me quitaban una mochila que había cargado durante años. Después de una sesión que fue clave, salí a caminar por Miraflores y todo se veía distinto. Como si me hubieran cambiado los lentes con los que veía la vida. Todo brillaba. Todo era más cálido, más ligero, más verdadero. Pasé de vivir en un azul nostálgico a un amarillo suave, radiante, lleno de vida.
Este año ha marcado el inicio de una de las etapas más transformadoras de mi vida. No ha sido un proceso ruidoso ni vistoso. Ha sido íntimo. A veces desgarrador. Otras veces tan sereno como una vela encendida en medio de la noche. Me encontré con todo lo que soy: con mis miedos, mis decisiones, mis sueños, mis creencias, mis heridas, y con las historias que me repetí tantas veces que llegué a creer que eran mi destino. Las miré de frente, las atravesé, las cuestioné y las desarmé para volverme a armar.
He sostenido conversaciones que dolieron y otras que liberaron. Aposté por el amor con todo lo que tenía y me abrí a la posibilidad de un milagro, aunque eso significará que mi corazón se rompiera una vez más. Estaba tan acostumbrada a perder, que me era más fácil imaginar lo malo que lo bueno. Pero como dije: me cambiaron los lentes, y esta nueva versión de mi eligió apostar por la esperanza. El desenlace no fue el que soñé pero no fue en vano porque me dejó un nuevo aprendizaje:
Vive con la esperanza de que todo puede salir bien
y luego, agradece el desenlace, aunque no estés de acuerdo con él.
Yo cambié y entendí - ¡por fin! - lo que significa soltar. Aprendí que amar a veces también implica dejar ir. Que soltar, cuando se hace desde el amor, no es rendirse, no es huir, no es tirar la toalla, no es cobardía. Al contrario, soltar es un acto profundo de gratitud. Es honrar lo vivido, y seguir adelante, sin resentimientos, y con el corazón en paz.
Créanme cuando les digo que me muero por contarles la mejor historia de amor que he vivido. Lo haré pronto, lo prometo. Aunque resulte irónico hacerlo ahora, cuando sólo es un recuerdo. Quizás habría sido más fácil compartirla hace unos años, cuando aún era real, cuando mi corazón rebalsaba de ilusión. Pero en ese momento, decidí no exponerla. No por vergüenza, si no por cuidado. Mi manera más genuina de protegerla fue mantenerla en lo privado y esa elección también me enseñó algo:
No hay nada más poderoso que amar sin esconderse.
Que amar con libertad.
También aprendí a hacerme preguntas incómodas pero necesarias: ¿Estoy actuando como la mujer que quiero ser? ¿Me estoy priorizando? ¿Estoy cuidando mi energía? Empecé a hacer chequeos emocionales. A observarme, a abrazarme. Cambié la narrativa interna y aprendí a decirme, con amor y amabilidad: “Lo estás haciendo bien”. Porque a veces lo olvido. Pero no soy cualquier mujer. Soy una mujer con un corazón enorme, una mente que no se rinde y una fuerza que brilla y asombra incluso cuando me siento rota.
Volví a reconectar con mis metas personales. Me di cuenta de que si alguien me hiciera una evaluación de desempeño en mi vida personal, sin duda me calificaría con un underperformance. Había descuidado completamente esa parte de mí. Vivía en piloto automático. Hoy ya no. Hoy tomé las riendas. Tengo claro lo que quiero lograr en los próximos seis meses, y cada decisión está alineada a eso. También estoy aprendiendo a ser flexible, a fluir, a improvisar con consciencia, sin perder de vista el rumbo.
En estos meses he corrido - literalmente - con el alma. A veces con lágrimas. A veces con música. A veces con amaneceres y atardeceres. Cada kilómetro es parte de mi historia y en estos momentos de conexión, entendí algo más:
No podemos controlar el futuro,
pero sí podemos dirigir nuestras acciones hacia lo que deseamos,
con la esperanza de que eso sea suficiente.
Hoy elijo vibrar en amor. Porque eso soy: amor. Decido hacer todo desde ahí y visualizar un futuro sin miedo. No sé exactamente cómo será. Pero sí sé que vendrá desde mi autenticidad, desde mi verdad. Y si bien no sé si está es mi mejor versión, sé sin duda que es la más fuerte. Por eso, me dejo un último recordatorio:
Pase lo que pasé, lo sabrás solucionar.