Solía ser una persona que quería tener todo bajo control. Me gustaba planificar las cosas al más mínimo detalle y en mi afán de control, me entrometía en la vida de otros: Mi mejor amiga, el enamorado de turno y cualquier persona que me permitiese - en forma de consejo - poder controlar parte de su vida. Pero no me conformaba con eso, quería controlar hasta el futuro y ese lado de mi lo escondía porque no me hacía sentir orgullosa. Me costaba tanto dejarme llevar por las distintas situaciones que la vida te enfrenta y en el camino ir improvisando para no salirme tanto de lo que quiero para mi.
Conforme pasaron los años, se hacía más difícil tener las cosas bajo control y cada vez que algo no salía como esperaba, explotaba de enojo y nada ni nadie - ni si quiera yo - podía controlar esos momentos de descontrol. Cada vez los picos de ira fueron más seguidos, más intensos, más difícil de reponerme. Perdí el control de mi, del tiempo, de mis emociones, de la habilidad de tener soluciones cuando las cosas cambian. Se comenzó a salir todo de mis manos y tiempo seguía pasando mientras yo renegaba de mi mala suerte. Pero como todo tiene un límite, llegó el momento en que entendí que si no cambiaba el enfoque, la iba a pasar mal siempre y no sé aún cuanto durará mi siempre en esta vida, pero busco como mínimo pasarla bien. Entonces, decidí dejar de enfocarme en el resultado final y las circunstancias para trabajar en el proceso, en las acciones y mis reacciones hacía lo externo.
Hoy la vida me regala la oportunidad de ser parte de un acontecimiento sui generis donde nadie tiene el control y a mis ojos es maravilloso. No voy a negar que me pone triste haber tenido que posponer por unos meses - espero que sean meses - los planes que tenía pero es ahora cuando pongo a prueba todo lo que he trabajado en mi y entiendo que así tenga todo arreglado, en sólo cuestión de horas pueden surgir cambios que alteran todo. Una cuarentena prácticamente mundial por algo invisible a vista de todos, me hace entender lo efímeros que son los planes y caigo en cuenta que a veces mis sentimientos por un futuro que no existe son tan fuertes que no me dejan disfrutar el presente. Hace sólo unas semanas sentía mucho miedo y esto hacía que las dudas rondaran por mi mente: ¿será que estoy tomando una mala decisión y luego tener que volver a comenzar sea difícil?. Ahora, con mucho más tiempo libre para darle vueltas a las cosas, estoy completamente segura de lo que haré en los siguientes meses y a pesar que es muy probable que aparecerán, otra vez, esas voces, he decidido ya no las escucharé porque confío en mis decisiones sobre todo.
Tengo el control de mi, de mis sueños, de mis acciones y reacciones, de lo que siento, de lo que creo y de todo lo que proviene de mi. Si acepto con buen ánimo y esperanza cuando las cosas no salen como las espero y me enfoco en encontrar la manera de lograr lo que quiero para mi, es porque entendí la lección.
Confío en que todo se acomodará pronto, confío en que después de esto ninguno de nosotros será igual, seremos mucho mejores. Confío en que el descontrol y el caos es el momento perfecto para replantearnos las cosas y así volver al ruedo más fuertes. Confío en mi.
La respuesta ya la tengo, ¿y tu?