sábado, 21 de marzo de 2020

Descontrol

Solía ser una persona que quería tener todo bajo control. Me gustaba planificar las cosas al más mínimo detalle y en mi afán de control, me entrometía en la vida de otros: Mi mejor amiga, el enamorado de turno y cualquier persona que me permitiese - en forma de consejo - poder controlar parte de su vida. Pero no me conformaba con eso, quería controlar hasta el futuro y ese lado de mi lo escondía porque no me hacía sentir orgullosa. Me costaba tanto dejarme llevar por las distintas situaciones que la vida te enfrenta y en el camino ir improvisando para no salirme tanto de lo que quiero para mi.

Conforme pasaron los años, se hacía más difícil tener las cosas bajo control y cada vez que algo no salía como esperaba, explotaba de enojo y nada ni nadie - ni si quiera yo - podía controlar esos momentos de descontrol. Cada vez los picos de ira fueron más seguidos, más intensos, más difícil de reponerme. Perdí el control de mi, del tiempo, de mis emociones, de la habilidad de tener soluciones cuando las cosas cambian. Se comenzó a salir todo de mis manos y tiempo seguía pasando mientras yo renegaba de mi mala suerte. Pero como todo tiene un límite, llegó el momento en que entendí que si no cambiaba el enfoque, la iba a pasar mal siempre y no sé aún cuanto durará mi siempre en esta vida, pero busco como mínimo pasarla bien. Entonces, decidí dejar de enfocarme en el resultado final y las circunstancias para trabajar en el proceso, en las acciones y mis reacciones hacía lo externo. 

Hoy la vida me regala la oportunidad de ser parte de un acontecimiento sui generis donde nadie tiene el control y a mis ojos es maravilloso. No voy a negar que me pone triste haber tenido que posponer por unos meses - espero que sean meses - los planes que tenía pero es ahora cuando pongo a prueba todo lo que he trabajado en mi y entiendo que así tenga todo arreglado, en sólo cuestión de horas pueden surgir cambios que alteran todo. Una cuarentena prácticamente mundial por algo invisible a vista de todos, me hace entender lo efímeros que son los planes y caigo en cuenta que a veces mis sentimientos por un futuro que no existe son tan fuertes que no me dejan disfrutar el presente. Hace sólo unas semanas sentía mucho miedo y esto hacía que las dudas rondaran por mi mente: ¿será que estoy tomando una mala decisión y luego tener que volver a comenzar sea difícil?. Ahora, con mucho más tiempo libre para darle vueltas a las cosas, estoy completamente segura de lo que haré en los siguientes meses y a pesar que es muy probable que aparecerán, otra vez, esas voces, he decidido ya no las escucharé porque confío en mis decisiones sobre todo.

Tengo el control de mi, de mis sueños, de mis acciones y reacciones, de lo que siento, de lo que creo y de todo lo que proviene de mi. Si acepto con buen ánimo y esperanza cuando las cosas no salen como las espero y me enfoco en encontrar la manera de lograr lo que quiero para mi, es porque entendí la lección. 

Confío en que todo se acomodará pronto, confío en que después de esto ninguno de nosotros será igual, seremos mucho mejores. Confío en que el descontrol y el caos es el momento perfecto para replantearnos las cosas y así volver al ruedo más fuertes. Confío en mi.

La respuesta ya la tengo, ¿y tu?

sábado, 14 de marzo de 2020

Me olvidé de mi

"No necesito una medalla para considerarme un tipo bueno. 
Porque si esa niñita me quiere, ¿qué tan malo puedo ser?"

***

Cuando tenía veinte años, vi por primera vez la película Ralph "El demoledor" y desde ese momento fue mi película favorita. Me sentí tan identificada con el protagonista que la veía una y otra vez para reafirmar que si una persona me quiere, no puedo ser una mala persona. Por alguna razón, que espero algún día comprender, hay ratos en que mi autoestima se va al tacho y me siento la peor persona. En esos momentos, comienzo a buscar, con desesperación, el amor que me falta en otras personas.

Alerta de spoiler. 

Contaré un poco de la película para ponerlos en contexto. Ralph es el malo de un videojuego, es quien rompe las ventanas y el objetivo del juego es reparar el edificio. Sin embargo, él no acepta la función que le tocó y decide esforzarse lo más que puede para ganar una medalla y así los demás lo quieran. Con el trascurrir de la película, todos notan que él es empático, preocupado por los demás, desinteresado y sólo quiere tener amigos. De esa manera, logra ganarse el amor de una niña que es quién le recuerda que si tiene el amor de alguien, no puede ser una mala persona. 

Yo me he sentido así desde que tengo memoria. Me he esforzado en buscar afuera lo que, a veces, no hay dentro. Hacer lo que los demás esperaban que haga y así se sientan orgullosos de mi. Ayudar a todas las personas que necesiten una mano. Tratar de ser una buena amiga, escuchar cuando debo escuchar y hacer reír cuando los veo llorar, aunque a veces terminaba llorando. Una vez una compañera del colegio me contó que sus papás se estaban separando y sólo atiné a abrazarla y llorar con ella. Usualmente me buscaban para ese tipo de cosas ya que mis padres se separaron cuando tenía seis años y las malas lenguas dicen que acepté la separación de buena manera - nadie se detuvo unos minutos a pensar que soy una persona muy hermética, que casi nunca hablo de mis sentimientos, y que cuando lo hago normalmente es porque perdí el control, y mi coraza es tan dura que hasta el día de hoy me cuesta romperla por completo - en ese momento decidí que no podía ser psicóloga porque de hecho me pondría a llorar con mis pacientes, si alguien me hubiera preguntado que quería ser "cuando fuera grande", me habría hecho un favor al decirme que estaba equivocada al pensar eso pero esa es otra historia. También recuerdo que siempre le hablaba a la persona con quién nadie quería hablar o jugar porque decían que no se bañaba o tenía piojos. Siempre apoyaba al que tenía menos posibilidades de ganar en una competencia porque quería hacerlo sentir que alguien, a parte de sus papás, confiaban en sus capacidades. Por alguna razón, me aferraba a los que creía que eran más débiles en mi afán de cuidarlos o hacerlos sentir parte cuando los demás los apartaban.

Me he metido a todos los voluntariados que han pasado por mis ojos. He hecho shows en asilos y orfanatos, he ido a leer cuentos a hospitales, he pintado casas, he enseñado matemáticas en colegios, he recolectado ropa para donar - pero deje de hacerlo cuando me enteré que gran parte de ella no llegaba a su destino - y, a pesar que suene trillado, he perdido la cuenta de todas las chocolatas por Navidad a las que me he apuntado. En la época en que era católica practicante solía pasarme el día en la iglesia buscando en que podía ayudar. 

Estuve rodeada de personas que no sumaban en lo que quiero para mi vida pero mantenía porque sentía que si yo no los quería o estaba ahí para ellos, ¿quién más los iba a querer? Tuve relaciones tóxicas con personas que pensaba que podía ayudarlos a cambiar y en ese camino se fueron rompiendo partes de mi que hasta el día de hoy, no logran recupersarse.

Saben la parte triste, es que me olvidé de mi. De ayudarme, de escucharme, de leerme un libro, de abrazarme, de aceptarme como acepto a los demás con defectos y virtudes, de darme una mano, de decir "no" cuando algo me hace daño, de ponerme delante de todo y todos, de amarme en mis días difíciles, esos en que me miro al espejo y recuerdo cada momento en que no me hice respetar o puse por encima de mi a los demás y no logro aún perdonarme. Cada falta de respeto que callé, cada comentario de personas que decían quererme pero me repetían que saco lo peor de la gente. En esos días, dejo de confiar en mi. Olvido por completo mi valor y busco en mi lista de contactos a alguien que pueda recordarme quien soy. Busco fuera las respuestas que están dentro, el amor, el mensaje de aliento, el "eres increíble" que siempre tiene que estar dentro de uno.

Pero la vida es sabia y te pone a cada persona con un propósito. Hace siete meses, me enamoré de un alma libre que apareció para enseñarme lo que significa el amor y hacerme entender que la prioridad siempre será uno mismo porque esa es la única manera de poder dar a los demás un amor sano, sin ataduras ni expectativas de retribución. No sé cuando tiempo se quede pero decido dejar ese miedo en el pasado para enfocarme en lo importante. Me hizo abrir los ojos y he comprendido que es momento de comprometerme conmigo. De darme cuenta que no está bien darse a los demás si no voy a estar para mi misma. Que no tiene ningún sentido ayudar si cuando regrese a casa voy a romper en llanto porque siento que soy mala persona sin razones que lo sustenten - ¿quién carajos me metió eso en la cabeza? - nada de lo que haga hacía afuera tiene sentido si primero no me cuido a mi.

La tarea no es sencilla, no es fácil cambiar luego de vivir toda una vida de una manera pero he podido hacer muchos cambios en mi vida en los últimos tres años y por eso veo el futuro con optimismo. Desde hoy, mi dedicaré en trabajar en sembrar buenas cosas dentro de mi, en tener pensamientos positivos, en mirarme con los mismos ojos que veo a los demás cuando se equivocan y les digo "tranqui, que no pasa nada". 

Alguna vez dije que esto y hoy lo repito para no olvidarlo: 
"El amor no se busca, ni se encuentra. Somos amor". 
Entonces, comencemos por amarnos a nosotros mismos.