"Yo nací en 1991 pero el dolor nació un miércoles de agosto de 2003, cuando tenía 11 años. Siempre he sido curiosa, a tal punto que suelo escuchar conversaciones ajenas. Cuando estoy aburrida en el bus, me encuentro leyendo lo que conversan los pasajeros a mi lado; es un impulso instintivo del que no puedo escapar. Sin embargo, no estoy aquí para divagar. Estoy aquí para contar mi historia - o parte de ella, mejor dicho lo que deseo que sepan - mientras busco respuestas a las incógnitas que me han atormentado desde que tengo memoria. A menudo digo que soy una persona triste con un complejo de alegre. Mi rasgo más distintivo es la forma en que te recibo, con una sonrisa cálida y amable que busca hacerte sentir como en casa.
Pero cuando estoy a solas, es careta se desvanece y las preguntas aparecen. ¿Cuándo será el día en que deje de complicarme los días? ¿Cuándo aprenderé a dejar de pensar tanto y darle vueltas a las cosas?"
Esa mañana, se despertó temprano, lista para prepararse para el colegio como cada día. El aroma del café recién hecho era su despertador natural, una señal para su reloj biológico. Desde pequeña, siempre había sido independiente y responsable; no necesitaba que le recordaran su obligaciones y su único objetivo era ver el orgullo en los ojos de sus padres, esperando un abrazo, merecer un poco de amor. No recuerda con precisión como había adquirido esa necesidad, pero a veces, su afán por cumplir a cabalidad lo que se le había asignado se convertía en un dolor de cabeza, y literalmente en un palpitar constante en sus ojos. Sin embargo ni el malestar, o alguna gripe que llegaba para fastidiar, eran un obstáculo para Daniela.
Daniela, la niña de los ojos tristes, los sueños grandes y los cabellos que olían a jazmín. La niña que le gustaba permanecer tras bambalinas viendo como la luz de los demás brilla. La que no conocía otra forma de ser más que hacer las cosas bien bajo la vara de lo que socialmente se conoce como bien, una niña que estudiaba, comía lo que debía de comer, dormía a la hora que debía dormir y hablaba cuando debía hablar, nunca más y nunca menos, sólo lo necesario para que todo esté bien.
Mientras organizaba sus cuadernos y revisaba que no se haya olvidado de hacer alguna tarea, escuchó a mamá charlar con sus tías, que habían venido de visita del interior del país y estoy días eran las huéspedes de la casa. Decidió saludarlas cuando la conversación hizo que se detuviera.
- Nunca había sentido algo así. Con Daniela nunca he tenido esas ganas locas de volver a casa para verla. No es que la ame menos, solo que con Santi es diferente. Todo es diferente. Me hace sentir un amor que nunca antes había sentido. ¿Será porque él es mi niñito y siempre el amor de madre por el primer hijo es distinto? - dijo su mamá en voz baja, casi susurrando para evitar que alguien más la escuche. Su voz transmitía un poco de culpa y conflicto interno.
En ese instante, algo se rompió dentro de Daniela. Se quedó paralizada en el pasillo de su casa, queriendo gritar, reclamarle por su esfuerzo constante por ser la hija perfecta y aunque se esforzará, todo este tiempo había sentido dentro de ella que su hermano por la simple razón de existir recibiría más amor. Todos sabemos que los padres tienen un favorito y duele cuando lo niegan, pero duele aún más cuando las sospechas son confirmadas. Ese día Daniela conoció el verdadero significado del dolor y lo que es tener el corazón roto.
Retrocedió lentamente los pasos que había avanzado. Entró a su cuarto y actuó como si buscara algo olvidado. Sus pensamiento revoloteaban, sentía como si no fuera suficiente tener que haber escuchado por varios años que su falta de sensibilidad frente a las situaciones difíciles asombraba y al mismo tiempo aliviaba a sus padres. Ellos contaban como un logro a la tía de turno: la fortaleza interna que Daniela tenía demostrado a pesar del caos que se vivía en casa, manteniendo el primer puesto del salón y participar en todas las actividades que el colegio decidía inventar a pesar que en varias oportunidades era víctima de burlas por disfrazarse cuando nadie más quería hacerlo o hacía el show para la comunidad de ancianos cuando a los otros les parecían actividades ridículas.
Aunque la ruptura de sus padres fue un momento triste, sintió que debía dejar ir ese dolor de lado por Santi, su hermano. No podía permitir que su propio sufrimiento la afectara más cuando él estaba atravesando una etapa tan caótica, rebelándose a pesar de su corta edad
Tomó aire y decidió que actuaría como si nada hubiera sucedido. Entró al cuarto de Santiago, lo abrazó fuertemente y le dijo:
- Hermano, ¿alguna vez te he dicho lo importante que eres para mi? - Las lágrimas corrían por su rostro. Santiago era muy amoroso con ella y sólo se llevaban un par de años por lo que ninguno de los dos conocía la vida sin el otro. De igual manera, le pareció extraño ver a Daniela de esa forma cuando generalmente ella se iba al colegio sola ya que le gustaba ser la primera en llegar.
- Hermana, ¿estás llorando? - preguntó Santiago, sin comprender.
- ¡No! - Daniela se alejó de un salto, dándole la espalda para ocultar sus lágrimas. - Una no puede ser cariñosa sin que le hagan preguntas tontas. Bueno, si no estás listo para ir al colegio, me iré por mi lado.
Se puso la mochila al hombro, tomó aire una vez más y decidió enfrentar la situación.
- Hola mamá, ya me voy al colegio. Hola tías, que tengan un lindo día - dijo con una sonrisa que pretendía ser sincera, pero ocultaba profundo dolor.
Entró a la cocina, se preparó un vaso de leche y guardó un pan con palta para el recreo. Salió de la casa aparentando que todo andaba muy bien pero mientras caminaba hacía el colegio, su mente se llenó de pensamientos oscuros. Se sentía avergonzada por todas las cosas que pensaba. Para ella, la persona más importante en su vida había roto su corazón. Tal vez, pensó, no debería esforzarse tanto por ser perfecta; quizás, el camino estaba en ser todo lo contrario, como Santi, que hacía todo lo que supuestamente no se debería. Una de la creencias más fuertes de sus primeros doce años acababa de perder validez. Siempre creyó que el amor es una consecuencia de los buenos actos, que se gana con acciones, que no es tan incondicional como suelen decir.
Llegó a su salón, miró a su mejor amiga, intentando esbozar una sonrisa:
- Ximena, ¿tu me quieres?
- ¡Claro que sí! Eres la mejor amiga que alguien podría tener.
Daniela aprendió a guardar el dolor en un rincón profundo de su ser, construyendo un espacio donde pudiera alojarse y aparecer de vez en cuando. El dolor ahora tenía olor a café recién pasado en la mañana, el tono de voz de su mamá, y, aunque le doliera en el alma, el rostro de su hermano. Desde ese día, se esforzó aún más por ser la persona que otros querían que fuera, olvidando quién era, dejando de amar sus ojos tristes, su sonrisa cálida, su esencia de jazmín.