Todo se ha
acomodado. Los días perdieron la incertidumbre que los caracterizaba y se
dejaron iluminar por mi sonrisa. Me gusta mi sonrisa, modestia aparte. Hoy no
cuesta tanto despertar de madrugada ya que era verdad que en algún momento me
acostumbraría a tal punto de despertar antes que suena la alarma. Con satisfacción,
le he dado la contra a la idea que sería imposible vivir de buen humor teniendo
sólo seis horas de sueño y que bien se siente ir por el mundo dando la contra, hasta
a mí. Tampoco cuesta esforzarse y dar el máximo todos los días. Es que es verdad que cuando entregas todo, las cosas van saliendo, la
vida va fluyendo y deja de ser difícil. Cuando te das a ti mismo y dejas tu
escencia en cada cosa que haces, a pesar de sentir miedo, a pesar de encontrar
en el camino eventos que consideras injustos y sientes frustración, la única opción
que existe es ganar. Ya sea experiencia o vivencias exitosas, pero siempre
estás ganando. Aprendes lo que quieres repetir y lo que ni loca vuelves a
vivir; aprendes como quieres ser y como no; aprendes a que estés donde estés,
la compañía que tienes asegurada es la tuya y comienzas a proponerte ser el tipo de persona con quien vivirías todos los días sin pasarla mal. Dejas de lado a
los demás para enfocarte en ti, así se acentúan los defectos y brillan las
virtudes. Aceptas que eres luz y sombra y trabajas en que esa sombra sea una
que de paz, como la que buscas bajo un árbol cuando el día se
encuentra muy soleado.
Lo sé, no es tan fácil como suena. Al inicio estaba en un sube y baja de emociones y se sentía como si no lograría sobrevivir un día
más. Siempre he creído ser, como leí en una de las obras de Benedetti (y la voy a parafrasear): "Ser una persona triste con vocación de alegre" y eso hace que le agregue tristeza a mis decisiones y a veces ronde por mi cabeza la idea que hubiera preferido quedarme “ahí” en el
lugar donde no pasa nada pero con la seguridad que estaría bien, total mucha
gente se conforma con vivir tranquila sin cambiar su rutina por años. Las ganas
de mandar todo al demonio e huir, no sonaba tan jalada de los pelos pero soy
necia y me gustan los retos. Me gusta lo difícil, sí debo aceptarlo, y gracias
a eso reafirme que cuando das todo de ti, obtienes todo.
Tengo un secreto, dentro de mi corazón sigo
escuchando la vocecita de una niña que contaba su mayor deseo con convicción ante
una cámara con ojitos brillantes que irradiaban plena seguridad que se haría realidad. Es
que ella, aunque suene increíble, es de quién obtengo mi fortaleza, es la que
me recuerda quien soy cuando estoy sola en casa y después de quitarme todas las caretas, me dejo invadir
por la inocencia de la niñez para que soñar vuelva a ser la actividad favorita del día. Me dejo conquistar por esa sensación de que con tan solo desearlo o creer que algo pasará, será así. Por
eso, cada cierto tiempo volteo a verla jugar con rompecabezas para que me haga
recordar que puedo. Ella es quién me repite que no soy de las que vivirá
tranquila, yo soy de las que vivirá y sí, me equivocaré, la cagaré
porque estoy bastante lejos de ser perfecta pero me acepto así. Por ratos
inmadura y por otros con unos chispazos de sabiduría que ni yo me los creo
cuando me releo.
Ella es quién repite una y otra vez que yo soy de
las que se quedan.
Hace un año fue la primera vez que dije eso en voz alta, me
preguntaron qué significa ser “de los que se quedan” y ahora lo voy a explicar. Lo siento si me demoré tanto.
“Ser de los que se quedan es de necios, es de
intensos, es de perseverantes. Es ser de los que no se van cuando los problemas parecen más grandes que la
fortaleza de uno mismo, de los que no se rinden o se avergüenzan porque se equivocaron, de los que siempre dan todo porque es la única forma que conocen, de los que siguen hasta el final para ver, para entender,
para aceptar, para reconstruir y muchas veces para terminar de destruir y así poder
comenzar de nuevo.
Te quedas para sanar, te quedas para soltar, te
quedas para recoger todo lo bonito y cuando pasen los años, mirar atrás y
poder sonreír.”