Noviembre. Medianoche del martes. Un pan con hotdog y una cerveza con coca cola de cena. Somewhere over the rainbow en el reproductor. Estado: Solté el globo y soy feliz conmigo.
A dos días del inicio del último mes de año, siento que fue hace pocos días que decidí ir a un supermercado a comprar un nuevo colchón. A pesar que sólo era para mi, sentí ese impulso que te dice que ya es momento de dormir en una cama de dos plazas porque nunca se tiene suficiente espacio para estirarse o para estar en modo marmota después del trabajo. Fue difícil decidir dejar mi cuarto de paredes rosadas y negras con fotos pegadas en todas las paredes, mi barrio, mi desayuno caliente de cada mañana y la compañía de dos tercios de mi corazón junto a un bello perrito bebe de seis meses. Pero más difícil que tomar la decisión fue poner mi ropa en tres maletas y despedirme de papá y hermana. Debo confesar que por un momento sentí que tal vez no los volvería a ver, que tal vez no podría vivir sin escuchar sus peleas en la mañana o sin que mi hermana entre a mi cuarto a despertarme para pedirme una cartera prestada. Sin embargo, aquí estoy, más fuerte y madura que hace un mes. Las cosas han cambiado, yo he cambiado y mis prioridades también. Aunque haya creído al inicio que fallaría en el intento de ser totalmente independiente y regresaría corriendo a mi nido, debo ser sincera y aceptar que todo está bien, la soledad tiene cierta adicción que es difícil de explicar. Sobreviví. He ido aprendiendo tantas cosas en este corto tiempo que las ideas aparecen en mi mente de forma desordenada que no sé si esta entrada estará redactada de forma correcta o si se entenderá(y a quien le importa).
A dos días del inicio del último mes de año, siento que fue hace pocos días que decidí ir a un supermercado a comprar un nuevo colchón. A pesar que sólo era para mi, sentí ese impulso que te dice que ya es momento de dormir en una cama de dos plazas porque nunca se tiene suficiente espacio para estirarse o para estar en modo marmota después del trabajo. Fue difícil decidir dejar mi cuarto de paredes rosadas y negras con fotos pegadas en todas las paredes, mi barrio, mi desayuno caliente de cada mañana y la compañía de dos tercios de mi corazón junto a un bello perrito bebe de seis meses. Pero más difícil que tomar la decisión fue poner mi ropa en tres maletas y despedirme de papá y hermana. Debo confesar que por un momento sentí que tal vez no los volvería a ver, que tal vez no podría vivir sin escuchar sus peleas en la mañana o sin que mi hermana entre a mi cuarto a despertarme para pedirme una cartera prestada. Sin embargo, aquí estoy, más fuerte y madura que hace un mes. Las cosas han cambiado, yo he cambiado y mis prioridades también. Aunque haya creído al inicio que fallaría en el intento de ser totalmente independiente y regresaría corriendo a mi nido, debo ser sincera y aceptar que todo está bien, la soledad tiene cierta adicción que es difícil de explicar. Sobreviví. He ido aprendiendo tantas cosas en este corto tiempo que las ideas aparecen en mi mente de forma desordenada que no sé si esta entrada estará redactada de forma correcta o si se entenderá
Recuerdo cuando le contaba a mis amigos que no almorzaba cuando no tenía con quien hacerlo y ahora hago muchas cosas sola y la verdad es que es genial. Aprendí que si mezclas ropa de color con ropa blanca, de verdad se destiñe, no es floro lo que ves en las películas. Aprendí que una escoba no es lo único necesario para limpiar una casa si no que hay mil productos de limpieza y todos absolutamente necesarios, así vivas en un cuarto con sólo un baño. Aprendí como helar la cerveza sin necesidad de tener un frigobar y que mi primer electrodoméstico sería una plancha, no se puede vivir sin una. Eso me recuerda que cuando fui a comprar mi plancha, la señora que atendía en el supermercado me dijo que las planchas de cabello se encontraban en otra sección. No sé que me intentó decir, tal vez que era muy joven como para estar buscando una plancha. Ni idea. Aprendí que no hay mejor manera de empezar el día que con una taza de café y escuchando por la ventana a los perritos ladrar. Aprendí que todos los días son buenos siempre y cuando tu tengas ganas de que sean así. Aprendí que no dependes de nadie y que cada vez que voy a casa, lo hago porque los extraño y quiero estar con ellos y no porque tenga que hacerlo. Aprendí que mi papá es el mejor papá que existe y que tal vez no soy una mujer perfecta pero hizo de mi una persona de corazón noble y con valores sólidos que me acompañaran donde quiera que vaya. Aprendí que hasta comer pizza todos los días aburre y que la comida casera es lo mejor que una cocina puede preparar. Aprendí a vivir más y preocuparme menos. Al inicio dormía con la luz prendida porque me daba miedo estar sola en un lugar desconocido, pero cada vez ese sentimiento disminuye y mi pequeño cuarto va tomando mi esencia y se va sintiendo más familiar.
El futuro es incierto y la verdad es que nunca me ha importado por eso no me preocupo por mañana que es más que probable muera de sueño por no dormir mis sagradas ocho horas diarias. Lo único que pido y espero es que lo que venga tenga mucho más aprendizaje y los planes que tengo en mente se logren concretar. Tengo todas las ganas de comerme al mundo y si es que el también quiere, me coma a mi.
Hay cambios que dan miedo pero que son necesarios para aprender y crecer como persona. Salir de la zona de confort siempre es bueno. Así que no te aferres ni a lo material ni a las personas. Despréndete y disfruta de la vida que es corta y nada dura para siempre, ni la alegría, ni la tristeza. Recuerda estar en constante aprendizaje y para eso sólo debes seguir hacía adelante.
Hay cambios que dan miedo pero que son necesarios para aprender y crecer como persona. Salir de la zona de confort siempre es bueno. Así que no te aferres ni a lo material ni a las personas. Despréndete y disfruta de la vida que es corta y nada dura para siempre, ni la alegría, ni la tristeza. Recuerda estar en constante aprendizaje y para eso sólo debes seguir hacía adelante.