"Lo que más me gusta de este corazón que me tocó es que, a pesar de todos mis fracasos, sigue creyendo en el amor. En ese amor que veía de niña en las telenovelas mexicanas con la nana que me cuidaba, o en las comedias románticas donde, después de una gran crisis, el personaje que falló se daba cuenta de que no podía perder a la otra persona y hacía lo que fuera por recuperarla. En ese amor que no existe en la vida real, pero que tantos buscamos con esperanza y, hasta cierto punto, con un poco de obsesión.
Había días en los que, sin darme cuenta, pasaba horas mirando por la ventana, esperando verte aparecer en mi acera. Imaginando que habías venido esta noche porque, cuando uno se da cuenta de que quiere pasar el resto de su vida con alguien, desea que el resto de su vida empiece lo antes posible.
Había días en los que te buscaba en todas partes. En los ojos de otros, en los olores de la calle, en los chistes de personas que ni conocía. Buscaba en cada rincón algo de ti, algo a lo que pudiera aferrarme."
***
- Es extraño, pero de verdad me alegra verte. Después de tanto tiempo… hasta me parece gracioso - dijo Daniela con sinceridad. Era genuina su alegría de tenerlo frente a ella, aunque en el fondo también le inquietaba lo fácil que era sentirse así con él.
- No hubiera sido tanto tiempo si me hubieras dado tu número la última vez que coincidimos - respondió Renzo con una sonrisa pícara.
- Creo que fue una buena decisión. Prefiero que conozcas esta versión a la que solía ser… - murmuró Daniela, sintiendo una punzada de vergüenza al recordar algunas cosas del pasado.
- A mí ya me gustaba la versión anterior… y espero que me permitas conocer a esta nueva - dijo Renzo, con una firmeza que ella nunca le había visto antes.
- De acuerdo.
- ¿Qué? ¿Así sin más? ¿Sin poner resistencia?
- Así sin más - dijo, riendo al final de la frase, como si con esa risa intentara disipar el cosquilleo que sentía en el pecho.
Se quedaron conversando hasta que les pidieron que dejaran el bar. Entre anécdotas, risas y confesiones, fueron quitándose capas invisibles, mostrando partes de sí mismos que rara vez compartían con los demás. Daniela le contó que había aprendido a vivir con el corazón roto, que se había acostumbrado a amar y disfrutar la vida con cada una de sus piezas dispersas. Renzo, por su parte, admitió que su postura segura y encantadora era sólo una coraza; había descubierto hace poco que al protegerse del dolor, también se estaba cerrando a cualquier otra emoción. Y eso… eso explicaba por qué algunas cosas aún no se le daban.
La conexión entre ellos siempre había estado ahí, pero esa noche fue la primera vez que ambos la vieron con claridad. Desde entonces, se encontraron cada vez que pudieron. Y cuando no podían verse, se buscaban en videollamadas, en mensajes de voz, en pequeños detalles compartidos del día a día. Se entendían sin esfuerzo, como si hablar con el otro fuera la cosa más natural del mundo. Había chispas entre ellos, de esas que encienden incendios, pero Daniela se obligaba a apagar ciertos pensamientos antes de que tomaran forma. Aunque… por más que intentara ignorarlos, ahí estaban.
- ¿Y si es él? - pensaba mientras lo escuchaba - ¿y si es la persona con quien viviré mi historia sacada de una película gringa de amor? Porque, admitámoslo, nuestro principio es digno de comedia romántica. Vamos bien… ¿o no? ¿Y si no funciona otra vez? ¿Y si termino con el corazón hecho trizas otra vez? Hablo como si hubiera tenido muchas rupturas, pero la única que tuve fue tan brutal que no sé si quiero volver a pasar por algo así. ¿Para qué arriesgarme? Podríamos ser amigos, una amistad bonita, segura, sin fecha de caducidad. ¿Y si funciona…?
Daniela era esclava de sus pensamientos. Cuando se trataba de sobrepensar, no existía un botón de emergencia que pudiera salvarla y sacarla de ese bucle mental.
- ¿Estás aquí? - preguntó Renzo, entre curioso y divertido.
- Sí, sí estoy aquí - dijo ella rápidamente - sólo que a veces me distraigo muy rápido, pero claro que estoy aquí.
Renzo la miró como si pudiera leerle la mente.
- No tengas miedo.
- No tengo miedo - mintió.
- Es más fácil si me dices lo que realmente sientes.
Y ahí estaba otra vez: la posibilidad de soltar el miedo, de arriesgarse… o de salir corriendo antes de que fuera demasiado tarde.